19 de junio de 2009

de milicos, japoneses, curas y pies planos

Corría el año 1971...al final de ese año mi padre, con actitud severa me dijo: "necesitas disciplina, me vas a hacer el secundario en el Liceo Naval". Recién terminaba la escuela primaria y francamente supongo que no tenía mucha idea de lo que significaba, menos aún de las implicancias ocultas tras su decisión. Por supuesto no contaba con herramientas para interpretar su "me vas a hacer"...hoy, seguramente, le diría "hacetelo vos viejo". El verano de 1972 no hubo vacaciones, en su lugar si clases particulares, gimnasia (siempre fui proporcionalmente gordito), lectura de instructivos varios y un anticipado corte de cabello que evitaría caer en manos de algún joven manos de tijera poco profesional. Promediando el verano mi padre me informó que debido a los elevados y privativos costos necesarios para ingresar al liceo de cualquiera de las tres fuerzas -los costos de mayor a menor eran Naval, Militar y fuerza aérea- había decidido que el liceo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Juan Vuccetich, respondería perfectamente a mis (sus) necesidades educativas y disciplinarias. Tiempo después supe que el viejo era amigote de muchos comisarios de la Policía de la provincia y que mi examen de ingreso estaba virtualmente arreglado. Pero se olvidaron, todos los involucrados, del examen de aptitud física. Lo recuerdo muy ofuscado con mi madre a quien, por supuesto, responsabilizó de mis pies planos..."como no me dijiste nunca que el nene tiene pies planos?", inquirió exigiendo inmediatas explicaciones. Solo un cerrado silencio y una expresión extranjera del tipo "yo no hablo español", fue su sepulcral respuesta. Resignado porque finalmente debería hacerse cargo de disciplinarme personalmente, me cargo en el auto -un torino nuevito...teníamos guita para eso- y me llevó directo a lo de un conocido japonés de los huesos ( yo que él me hubiese llevado a un traumatólogo). Se trataba de un nipón, quien sabe por ahí un coreano o un chino -los occidentales solemos ver a los orientales como todos iguales- radicado en José C. Paz cuya habilidad principal era estirar japoneses para que alcancen la altura mínima requerida en el ingreso a las fuerzas armadas. El oriental garantizaba de 5 a 7 cm adicionales...y parece que también arreglaba pies planos. Fue la última vez que vi pasar mis rodillas cerca de mis orejas, mis tobillos iban y venían frente a mis ojos frenéticamente, no me pregunten como pero recuerdo un primer plano de la raya de mi culo y creo que mi cabeza giro 360º varias veces. Bien podría haberme dedicado a las danzas clásicas en vez de policía. El milenario tratamiento continuaba con 30 días durante los cuales debí usar un ajustadísimo vendaje en mis pies y el uso -esto parecía ser la clave- de unas boyero...no se si las recuerdan?, unas especies de alpargatas de campo pero con suela de goma. Al cabo de ese período el ponja garantizaba que mis pies planos serían historia. El viejo pagó y nos fuimos. Transcurrido el mes en cuestión y justo cuando mis pies habían adquirido una llamativa coloración azulada, la familia entera se reunió para el momento tan esperado. Mi madre me liberó de las vendas lentamente...y volví a ser el mismo pato de siempre. Nunca olvidaré su cara derritiéndose como muñeco de cera en un incendio. Otra vez al Torino y de ahí al colegio Franciscanos de Paso del Rey, por que el viejo, ja, era amigo de los curas.